Publicada en la Revista Tantágora
Esta antropóloga francesa ha dedicado unos veinte años a estudiar las prácticas de lectura y la relación con la cultura escrita y la literatura, particularmente en lugares donde los libros no son fácilmente accesibles. Ha realizado su trabajo situándose del lado de los lectores, procurando estar atenta a sus experiencias, a sus maneras singulares de leer, de apropiarse, de representarse un libro, un texto. Los escuchó hablar durante entrevistas amplias, lo más abiertas y libres posible.
Tus trabajos cruzaron fronteras hasta recalar en países de otro continente…
Para suerte mía, estas investigaciones fueron muy bien recibidas en América Latina y tuve la oportunidad de viajar mucho a México, Argentina, Colombia, Brasil… Allá descubrí sorprendentes experiencias literarias compartidas, que reúnen a personas que han vivido muy alejadas de los libros: jóvenes desvinculados de las filas de la guerrilla o de grupos paramilitares, o drogadictos que viven en la calle, o niños víctimas de la violencia doméstica que se encuentran en un albergue, jóvenes detenidos, personas que han experimentado un exilio más o menos forzado, etc.
Según tu experiencia, ¿qué papel juega la oralidad en estas situaciones que acabas de mencionar?
La oralidad está en el fondo de prácticamente todos estos talleres desarrollados en espacios en crisis. Dediqué mi último libro a analizarlos. Era una manera de rendir homenaje a los mediadores culturales de los países del Sur que no escatiman esfuerzos porque están convencidos de que la apropiación de los recursos culturales, de la cultura escrita, del saber, de la literatura, es tan vital como el agua.
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