Ayer terminó el Estado de Alarma y se nos cargaron los hombros de un peso individual que además es social y muy pocos seremos capaces de soportar: cumplir las normas sin sanciones económicas o castigos administrativos. Esta nueva normalidad que ya huele a libertad nos viene grande, al menos así lo muestran las imágenes de los cientos de jóvenes que salieron a celebrar a la Plaza Mayor o al Puente Romano a las 12 de la noche que eran “libres” y querían demostrarlo.
Todos tenemos ganas de viajar, de ver a alguien o sentir que no hace falta correr para llegar a casa al tiempo marcado. Todos. La diferencia es que algunos en este momento, aunque puedan, no se lo pueden permitir porque perdieron el trabajo; otros no podrían ver a familiares que fallecieron durante la pandemia; y muchos seguirán volviendo pronto a casa por el miedo a que las cifras vuelvan a empeorar, a que no lo hagamos bien y nos rodee de nuevo la amenaza creciente de acabar en la UCI o lo que es peor, llevar allí a alguien con nuestro comportamiento irresponsable.
La responsabilidad individual, como su propio nombre indica, depende de cada uno de nosotros. De la educación que hemos recibido, si me apuras. De lo que queramos cuidarnos los unos a los otros, tanto si estamos cerca como si estamos lejos. Es triste confundir de nuevo la libertad de hacer algo con comportamientos extremos, mantener una mascarilla bajada para salir bien en la foto con el mensajito “yo estuve celebrando el fin del Estado de Alarma”.
Yo también quería celebrarlo. Pero celebrar antes de tiempo nunca es buen presagio. Las carreras no se ganan hasta que se llega a la meta. Los cumpleaños no se pre-celebran. Tampoco las buenas noticias, hasta que no son, de verdad, buenas. Ojalá se den cuenta antes de que sea tarde y lo que tengamos que celebrar sean mas funerales.
Artículo publicado en Salamanca RTV al Día