Había una vez una animadora sociocultural, tímida pero encantadora, que decidió compartir su amor por los libros y su curiosa forma de entender la literatura infantil como una forma de comunicarnos con los otros. Lo hizo y nos emocionó, y le gustó tanto que repitió al año siguiente.
Había también un chico serio que escribía y escribía y creaba y creaba y nos confesó el último día que se llamaba Señor Manoplas y que se hacía sus propias marionetas. Nos gustó tanto su historia que terminó compartiéndola en la biblioteca del Campo de San Francisco con un montón de lectores, pequeños y mayores.
Había una trabajadora social inquieta que siempre tuvo una relación especial con los cuentos y por eso se apuntó a nuestra Escuela, porque quería seguir creciendo a través de los libros. Y lo hizo.
Y también una madre que quería descubrir historias para compartirlas con su pequeña, un mago que inventaba cuentos para sus abuelos con las cartas de la baraja, una librera que nos enseñó los secretos del ajedrez, una futura maestra que disfrutaba contando en inglés, un actor en ciernes que ahora se ha hecho famoso con sus historias teatralizadas…
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