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El acto de leer depende de la capacidad de nuestro cerebro para relacionar e integrar diversas fuentes de información. En concreto, el área visual con las áreas auditiva, lingüística y conceptual. Esta integración depende de la maduración independiente de cada zona y de la velocidad a la que esas zonas pueden ser conectadas e integradas.
El mejor material conductor de la naturaleza, la mielina, forma una capa de envuelve los axones. Cuanta más mielina reviste el axón, con más rapidez puede la neurona conducir su carga. El aumento de mielina sigue un calendario de crecimiento que difiere de una región a otra del cerebro (por ejemplo, los nervios auditivos se mielinizan en el sexto mes de embarazo; los nervios ópticos, en el sexto después del parto).
En la mayoría de casos, las regiones que necesitan están mielinizadas para leer no lo están lo suficiente hasta los 5 años de edad, o incluso después.
En un estudio realizado por la especialista en lectura Usha Goswami y su equipo, se descubrió que los niños europeos que aprendían a leer a los 5 años lo hacían peor que aquellos que empezaban a leer a los siete. De modo que, si nos esforzamos para que un niño aprenda a leer demasiado precozmente, ello puede ser contraproducente para su aprendizaje.
Por supuesto, existen excepciones de niños que empiezan a leer antes. La escritora Penélope Fitzgerald lo hizo a los 4 años. Pero en general, lo más apropiado para el desarrollo óptimo de los niños es que dejemos que sean niños.
¡Sí! Totalmente de acuerdo. El argumento neurofisiológico es el gran olvidado en este gran debate y es incontestable. Tendemos a tratar de anticiparnos a la naturaleza (probablemente porque nuestra forma de vida se basa en la prisa para todo), y el mejor momento para empezar los aprendizajes siempre lo dictará, precisamente, la naturaleza, y lo veremos en los propios niños.
Sólo un matiz: si queremos adultos lectores lo peor que podemos hacer es obligar a leer a los niños.
Perdonad la extensión, es un tema que me apasiona!