Ayer visitamos la biblioteca de Béjar de Béjar y aunque no tenemos imágenes de las familias, los niños y lo bien que lo han pasado, si que tenemos estas. Porque teníamos muchísimas ganas de volver a un escenario, preparar todo con mucho mimo y, por supuesto, de disfrutar también el camino. De eso se trata el trabajo. La vida. Los libros. Todo.
Poder recuperar actividades presenciales en entornos seguros nos da fuerza para seguir adelante. Hace poco mas de un año cada semana teníamos una salida a alguna biblioteca, colegio, espacio cultural fuera de Salamanca que nos permitía conocer nuevos curiosos, descubrir otras formas de entender la lectura y compartir la nuestra. Y especialmente, disfrutar el camino. Esa es la magia de trabajar en lo que te gusta, que aprovechas cada momento para acumular experiencias.
Comer en el Embalse de Proserpina antes de llegar a la biblioteca de Barcarrota. Descansar en el Castillo de Fermoselle después de tres sesiones de cuentos en su biblioteca. Cenar en el Cazurro viendo el Cantábrico al terminar el programa formativo en Torrelavega. Dormir en el embrujado Parador de Limpias. Tomar aire en Las Tuerces antes de llegar a la biblioteca de Aguilar de Campoo Contar en el mismísimo Castillo de los Condes de Benavente en Pueblo de Sanabria. Ir a la playa de la Caleta después de compartir una bonita sesión para familias en la Biblioteca de Cádiz. Perderte en la Selva de Irati de camino a un encuentro de gestores culturales en Burgos. Sentarte en el rincón de Ramón de la Feria del Libro de Valladolid. Descubrir el museo de arte contemporáneo de Malpartida de Cáceres antes de llegar a destino. Que una sesión de animación a la lectura en la biblioteca de Guadalajara termine con una paella en Castellón. Pasear por Casablanca con la misma soltura como si fuera Madrid. Tomar un terremoto en Chile. Viajar a Isla de Pascua por una casualidad.
No olvidar nunca: no es el destino. Es el camino.
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