Ayer conversando con una compañera narradora, salió el tema de las sesiones de cuentos online. Hay tanto terreno aún por explorar… pero lo importante es que conozcamos el medio para no equivocarnos a la hora de hacer propuestas a los que no dominan todas sus características o asocian algo digital a algo gratuito, masivo y sin retroalimentación. No es así.
Una sesión de cuentos online se puede convertir en un puente entre narrador y lector que, si bien no se sustenta sobre los aplausos o sobre las miradas, si lo hace sobre la respuesta del público que, desde sus casas, se toma un momento para enviar un mensaje, un comentario, un correo, algo…
Al que cuenta le gusta saber que detrás de la pantalla hay alguien que ve y escuche, independientemente de si lo hace hoy, mañana o la semana siguiente. Por eso es tan importante favorecer la retroalimentación a través de mensajes breves, de fotografías o vídeos de ese momento de conexión en el que a veces, hay una pantalla en medio.
El problema viene muchas veces cuando intentamos explicar todo esto a una institución que recurre a las sesiones online como recurso. Tienen que quedar claras varias cosas: la primera es que online no es sinónimo de gratuito. La segunda es que hay muchas maneras de acotar el público que va a recibir la sesión (invitaciones por correo electrónico, inscripción mediante formulario, por whatsapp) y que acotando el público también se le da valor. Ya sabemos que lo gratuito está poco valorado pero si además lo haces masivo y accesible en cualquier momento, ahí ya tienes un problema mayor para que se valore tu trabajo. Y la tercera es que tenemos que adaptarnos – todos- a las pecualiaridades de los nuevos medios y no presuponer una bajada de presupuesto implícita sólo porque o pueda ser presencial. Error grande. Una sesión online implica la grabación de un vídeo (que lleva su tiempo), elegir la plataforma en la que compartirlo (adaptada lo máximo posible a las necesidades del público), difundir la propuesta con todos los pasos a seguir para poder disfrutarla (y que nadie se quede con dudas), personalizarla, responder los mensajes o las dudas que envíen los que estén al otro lado de la pantalla.
Es todo un universo por explorar en el que no tenemos que perder el vínculo que nos proporcionan las historias, estemos donde estemos, y la capacidad de comunicarnos en una doble dirección, para saber que las palabras que tanto necesitamos llegan a su destino.