Termina nuestra colaboración con el Festival de las Artes de Castilla y León y queremos compartir con todos vosotros nuestras sensaciones. Porque todos tenemos mucho que contar, y a veces es fácyl -otras veces no- pero siempre merece la pena compartirlo.
Después de siete días con mucho cuento en los que hemos visitado espacios culturales emergentes de Salamanca, nos alegra comprobar el interés que se va despertando en la ciudad. Y si, hablamos de despertar, porque hace tiempo que la percibíamos como dormida, en un estado de letargo que no conseguía despertar al público joven y al público familiar, dos de los motores de la cultura. Nosotras hemos apostado por los cuentos para alimentar la imaginación, para sacar a la gente de sus moldes establecidos y animarles a que sean más creativos en un mundo que exige hacer cosas nuevas. Otros desde la música, el arte, la ilustración, la poesía, o el teatro han participado con la misma intención. Y en Salamanca. Si, en Salamanca.
Participar en el Fácyl para nosotras, acostumbradas a asistir como espectadoras a espectáculos transgresores, llenos de innovación y de ideas, ha supuesto un reconocimiento grande a nuestro trabajo. Crecer. Y en este crecimiento nos gustaría resaltar el hecho de que nos comunicamos a través de los cuentos, que contamos para niños fundamentalmente y a cambio hemos disfrutado con todo tipo de públicos, sobre todo con jóvenes y familias, y muy especialmente con la participación de colectivos con necesidades especiales o en riesgo de exclusión social, de cuyos labios hemos escuchado los GRACIAS más PROFUNDOS y en cuyos ojos hemos visto la EMOCIÓN más sincera.
Hemos descubierto que los cuentos caben en todo tipo de espacios. Salieron de la estantería hace tiempo, y han conseguido hacerse versátiles en todo tipo de espacios, cafeterías, salas de exposiciones, librerías,…Los cuentos disfrutan especialmente siendo contados en la calle porque es donde más nos comunicamos, donde surgen las mejores historias. Y los cuentos somos nosotros también, y lo que nos pasa.
Por eso si tuviéramos que destacar algún detalle de estos días, sería la cara de Violeta, quien, acompañada por su familia, no ha faltado ningún solo día a su cita con los cuentos. Y el cariño de esa parejita de jóvenes, que al vernos de nuevo por la calle nos paró para agradecernos los cuentos. O el apoyo de la familia, que no solo escucha con emoción todas las historias, sino que también carga con bolsas, hace fotos, coloca…La familia.
Y muy especialmente, sin lugar a dudas, nos quedamos con la historia de Miguel Angel Cuesta, quien desde su casa con ruedas, quiso compartir con nosotras lo que habían significado para él y de forma muy especial, los cuentos. Nosotras, como colofón, queríamos compartirlo a la vez con todos vosotros, y terminar, como no podía ser de otra manera, con un enorme GRACIAS.
“Hace mucho, mucho, muuucho tiempo, un caracol con ruedas emprendió el camino por Salamanca en busca de Un punto curioso. No sabía bien qué o quiénes eran, pero un presentimiento le decía que sus rodadas debían dirigirle hacia allí. Y con tantas puso sus ruedas en movimiento y rodando, rodando llegó a la librería Musarañas. Sabía que estaban allí y emocionado se plantó ante la puerta. Pero no pasó. No, no, no. Un escalón cortó su largo rodar hasta allí. Triste, volvió a su casa. No se desanimó y escuchó que en otra librería llamada Hydria estarían una tarde. De nuevo sus ruedas le pusieron frente a la puerta. Pero,…¡otro escalón se interpuso entre el punto y él! ¡Vaya punto más esquivo! No se desanimó y escucho de nuevo que en un lugar de nombre La Malhablada, el punto curioso estaría una tarde. Y… ¡Nooooo! Esta vez fue una escalera. ¡Una laaaarga y empinada escalera la que le separó de su ansiado punto! No se desanimó. No, no, no. Y volvió a poner sus ruedas a rodar hasta que llegó de nuevo a una librería. Letras Corsarias se llamaba. La verdad es que este punto siempre está en lugares de nombres muy raros pero sugerentes. ¡Qué se esconderá detrás de ellos! Y sí. Para qué repetirlo si ya lo sabéis. Y ahora sí. Se rindió. Pero es que de tanto rodar y rodar sus ruedas se gastaron para nada. Y de repente, una mañana de domingo, en el lugar donde todos los sueños son posibles, el Barrio del Oeste, el punto curioso hizo aparición por sorpresa. En un pequeño callejón, rodeado de niños y niñas, el caracol pudo por fin meter sus ruedas entre ellos y encontrarse con ese misterioso y escurridizo punto. Y lo que vio, escuchó, vivió y gozó hizo que una sonrisa, una gran sonrisa apareciera en su cara.”